En las serenas aguas del Río de la Plata, un espejo que refleja el cielo y une dos naciones, se gesta una hazaña que desafía la naturaleza y el espíritu humano. Bajo el auspicio de la Open Water Argentina (OWA), seis valientes, tres de ellos hijos del departamento de Colonia y tres argentinos, se preparan para una odisea acuática que promete quedar grabada en la memoria de ambos países.
La cita está marcada para el próximo miércoles 24, si los caprichosos designios del clima lo permiten. La travesía, inscrita en los anales de la Federación Internacional de Natación y sometida a las rigurosas normas de nado en aguas abiertas, no es para los débiles de corazón. Desde las pintorescas Puntas de San Pedro, en Colonia del Sacramento, hasta las costas de Punta Lara, en la provincia de Buenos Aires, se extienden los 42 kilómetros de un desafío titánico.
Los protagonistas de esta epopeya son figuras tan diversas como admirables. Por parte de Colonia del Sacramento, Adriano Motta y Fabricio Olivera, se alzan como titanes del esfuerzo físico y la tenacidad. Motta, con la sabiduría de quien ha intentado conquistar estas aguas en dos ocasiones anteriores, y Olivera, un triatleta convertido en nadador que se lanza a esta empresa por primera vez. Junto a ellos, Eduardo Appoloni de Nueva Helvecia, ya conoce la gloria de haber cruzado este río majestuoso en formato Relay en el año 2020, y se sumerge una vez más en busca de la hazaña.
La travesía del estuario platense se ofrece como un lienzo en blanco para que los competidores elijan su modalidad de cruce. Algunos optan por el trabajo en equipo, en relevos de cuatro a seis nadadores, mientras que otros prefieren la soledad del desafío individual, con o sin asistencia. La asistencia implica el uso de trajes de neopreno y aletas, una ayuda frente a las inclemencias y la fatiga. Pero en esta ocasión, los seis atletas han elegido el camino más arduo: cruzarán el estuario en solitario, sin más compañía que su malla de natación y una boya de seguridad.
Es así como, entre las olas y el viento, estos nadadores se disponen a enfrentar no solo las aguas del río más ancho del mundo, sino también sus propios límites, en una jornada que promete ser tan extenuante como reveladora, con estimaciones de entre 14 y 18 horas de nado ininterrumpido. En el horizonte, más allá del agua, espera la gloria, no solo para ellos, sino para aquellos que, desde la orilla, siguen con expectación cada brazada hacia la inmortalidad.