En una noche donde el termómetro desafió los límites de la resistencia humana, el candombe se apoderó de Colonia como una marea imparable. Era el 3 de febrero de 2024, y la Avenida Artigas se convirtió en el epicentro de un fenómeno que no necesitaba invitación: las Llamadas. La ciudad, que palpita al ritmo de tambores ancestrales, se vistió de gala para recibir a 16 comparsas que, con un fervor indescriptible, se lanzaron a la calle, dispuestas a convertir el asfalto en una pista de baile bajo las estrellas.
Entre la multitud, un mar de cabezas se mecía al sonido del chico, piano y repique, esos tres pilares sobre los cuales el candombe erige su templo efímero pero eterno. La promesa de una noche soñada se cumplió con creces, sorteando la amenaza de una lluvia que decidió respetar el pacto no escrito de no interrumpir el ensueño.
En el palco, figuras de la política y la cultura – Guillermo Rodríguez, Nicolás Viera, Mario Colman, entre otros – se mezclaban con el pueblo, en una democracia perfecta regida por el ritmo y la pasión. La nomenclatura de las comparsas sonaba como un hechizo: La Cuerda Néctar, La Nueva Reina del Empuje, Lonjas Palmirenses… nombres que evocaban historias de esfuerzo, tradición y una alegría inquebrantable.
Las calles se transformaron en un tapiz humano donde cada paso de baile, cada golpe de tambor, tejía una narrativa de comunidad y celebración. Desde la «vedette» hasta el «escobero», cada integrante de las comparsas era un héroe de esta odisea nocturna, portadores de una herencia cultural que trasciende el tiempo y el espacio.
Y así, mientras la noche avanzaba, Colonia se sumergía más y más en este océano de sonidos y colores, un espectáculo que rebasaba los sentidos y se instalaba directamente en el alma. Las Llamadas no eran solo un evento; eran un testimonio de vida, una afirmación rotunda de que, pese a todo, la alegría siempre encontrará su camino.
La fiesta culminó sin que la lluvia osara irrumpir, sellando el pacto de una noche perfecta. Al final, lo que quedó fue la certeza de que el candombe es más que música y danza; es un espíritu indomable que, año tras año, vuelve a reclamar su lugar en las calles de Colonia, en una celebración que trasciende las palabras, pero que, sin duda, merece ser contada.