Por Antonio Ladra (*) /
Tengo un amigo que hace poco más de un año se quedó sin trabajo. Y quedarse sin trabajo cuando se tiene 55 años es un problema y no solo en Uruguay. Tenía un buen puesto, cobraba bien, por lo que se llevó un suculento despido.
¿Suculento?; bueno, depende con los ojos con que se mire, porque si bien era un buen dinero, no alcanzaba para, por ejemplo, comprar una chapa de taxi de Montevideo que ronda entre los 80 mil a 100 mil dólares y que fue lo primero que se le ocurrió.
Así que optó por otro camino: se compró un auto cero kilómetro, un buen auto. No se gastó ni mucho menos el monto del despido, o sea le quedó un remanente que fue al banco, inclusión financiera mediante.
No se la marca del auto, pero si sé que es espacioso, cómodo. Así, ese vehículo, más una extensa lista de contactos producto del trabajo perdido, sumado al decreto sobre el alcohol cero para quienes andan al volante, se transformo en su nueva fuente de trabajo.