Por Elio García
En los días de verano cada vez que la Cacciola llegaba a Carmelo, producía el efecto de una serie de olas que la disfrutaban los más pequeños y la sorprendía algún adulto forastero, desconocedor de este pequeño tsunami, sufriendo un verdadero desastre su silla playera, invadiendo la ropa y todo objeto depositado en la orilla costera. El barullo era tremendo y muy disfrutable.
Cuando pasaba el catamarán de la Cacciola los pibes se metían en el río buscando la llegadas de las olas.
El ruido era una fiesta para ellos. Y hasta hace poco había un perro que descontrolado surcaba toda la costa a mil, intentando cazar algo imposible de divisar.
El cierre de Cacciola nos dejará sin estas olas producidas que eran parte de una historia vinculante con la cultura carmelitana. Atentos a esos viajes que yendo y viniendo nos acercaban con el país hermano.
Es una de las peores noticias de las últimas décadas el cierre de la Cacciola. Es un golpe a la identidad carmelitana en clave regional. Es una desvinculación que se materializa entre orillas, entre países, entre ciudades.
Lo triste es que es una crónica de una muerte anunciada. A nadie sorprende el anuncio. ¿Qué va traer la ausencia de estas olas? Por lo menos preguntas que alguien deberá responder.
¿Qué hicieron los que algo podrían haber realizado para no llegar a esta situación de la desconexión entre orillas?
¿Cómo afectará el cierre no solo en lo económico sino en lo cultural?,
¿somos conscientes de la dimensión de lo que perdimos?
Hoy perdimos una parte de la mirada al río. Costará recuperar pero no nos queda otra opción.
No imaginamos a Carmelo sin sus catamaranes cruzando el río.
Aníbal Sampayo escribió:
«Los amores de la costa,
son amores sin destino,
camalotes de esperanza
que se va llevando el río.»
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