El líder de La Francia Insumisa (LFI) Jean-Luc Mélenchon tiene un amplio conocimiento sobre Latinoamérica y habla un fluido castellano, apenas con algunos errores, aunque confiesa que nada tiene que ver con sus dos abuelos españoles, sino con su contacto con exiliados en Francia.
Este fin de semana sumó la palabra «chacra» (finca rural) a su vocabulario, reconoce con una sonrisa mientras hace esa afirmación, tras visitar al expresidente de Uruguay José «Pepe» Mujica (2010-2015) en su casa en un barrio popular de Montevideo, lugar casi de peregrinación para cualquier izquierdista que pase por el país suramericano.
En la previa de su viaje a Argentina, donde será homenajeado este martes por la Universidad de Lanús (provincia de Buenos Aires), y a Brasil, donde visitará en prisión el día 5 al exmandatario brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, Mélenchon reúne en su hotel de Montevideo a un grupo de periodistas para conversar sobre Latinoamérica, la UE y la izquierda en el mundo.
Tras calificar a los europeos como «arrogantes y estúpidos» por su «mirada» sobre los países de América Latina, cercana a una «actitud poscolonial», considerándolos «masas folclóricas de indígenas», Mélenchon muestra su admiración por Mujica porque «dio mucho» a la política mundial.
«Hoy día puede parecer banal, pero cuando él empezó a hablar de hierba fresca, de poesía… fue totalmente nuevo. Entrar a la belleza del mundo es una manera más abierta de percibir el mundo que el modo antiguo. Es el momento de pasar la página», asevera.
En su opinión, el exmandatario uruguayo «ayudó mucho a asumir una nueva manera de actuar en la política más desacomplejada», ya que «liberó la palabra, permitiendo que un hombre, además, hable de amor, de tranquilidad, de felicidad».
Y aclara: «A mí me tocó mucho esto. Intenté seguir su ejemplo en mi manera de actuar en política… que no es tan amable todo el tiempo».
Su visita a Uruguay, que incluyó reuniones con varios dirigentes del Frente Amplio, la coalición izquierdista que gobierna desde 2005, la mencionada reunión privada con Mujica y un acto público en el que coincidió con él y con su esposa, la vicepresidenta del país, Lucía Topolansky, sirvió para reclamar «una buena movilización para las elecciones» por parte de los votantes progresistas.
«América del Sur es el único rincón del mundo donde esta forma de rechazo de las políticas neoliberales ha conocido éxitos tan grandes», afirma.
Entre otros asuntos tratados en su reunión con Mujica, como el «ágora común» que intenta crear con el expresidente de Ecuador Rafael Correa -que, aclara, no va a ser «una Internacional»-, explica que también estuvo sobre la mesa el «lawfare» o instrumentalización de la justicia por parte de los «adversarios».
«El caso de Lula es tan espectacular que entendí que pasaba algo. Antes nos hacían golpes o asesinaban, ahora también siguen haciéndolo, pero el ‘lawfare’ es menos costoso», explica indignado, mientras menciona juicios como los de Cristina Fernández o Amado Boudou en Argentina, Jorge Glas en Ecuador o él mismo en Francia.
Tras la reciente firma del acuerdo comercial entre la Unión Europea (UE) y el Mercado Común del Sur (Mercosur), el líder de LFI se declara «opuesto» porque considera que es falso «que el libre intercambio va a producir un progreso general».
Respecto al futuro de la UE, lo califica de «muy complicado» porque hay «un marco de competición entre los pueblos, entre los países, entre los niveles de desarrollo social».
«Yo no estoy para que se acabe la Unión Europea, no es mi punto de vista, no estoy por el caos, la desorganización total. Los que están matando el sueño europeo son esta gente», indica en alusión a altos dirigentes como el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, al que califica como «el más grande ladrón de toda Europa».
El que fuera miembro del Partido Socialista hasta 2008, con cargos de concejal, senador y ministro de Enseñanza (2000-2002) y luego creador del Partido de Izquierda y de LFI, cree, cuando se le pregunta por la izquierda hoy, que «nadie se siente realmente implicado por una pelea de término», que es una lucha que «no vale la pena».
No obstante, defiende que las fuerzas progresistas necesitan «una coordinación», ya que «el capitalismo, su ideología, tiene sus lugares de encuentro como el foro de Davos y nosotros nada», dice.
Y aclara, con cierta dosis de optimismo, que frente a «cosas totalmente nuevas que hace 20 o 30 años no se podía imaginar, como que haya un desafío con el aire, con el agua», llegan los miembros de una nueva generación, que «están más preparados».
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