Por Alejandro Prieto
El 27 de junio de 1973, los senadores uruguayos celebraban un debate parlamentario en el Palacio Legislativo sin saber que horas más tarde, ya de madrugada, el recinto sería rodeado por tanques de guerra. Los descendientes de aquellos parlamentarios cuentan a EFE cómo se desarrollaron aquellos acontecimientos, que todavía resuenan en la memoria colectiva de los uruguayos.
Un sepulcral silencio se rompe y en el piso del Salón de los Pasos Perdidos retumban las pisadas de las botas que vienen por todo lo que la casa de las leyes representa, el calor de interminables discusiones, el voto a mano alzada de los representantes del pueblo.
El Senado de Uruguay, que comenzó a sesionar en la noche del 26 de junio, entra en sesión extraordinaria minutos después de la medianoche y, conscientes de que el fatídico golpe final al corazón de la democracia se aproxima, algún legislador escribe como puede su discurso en papel, otro lo empieza a idear en su cabeza.
UNA NOCHE IMBORRABLE
«Me perdonarán que yo antes de retirarme de sala arroje al rostro de los autores de este atentado el nombre de su más radical e irreconciliable enemigo que será, no tengan la más mínima duda, el vengador de la República ¡Viva el Partido Nacional!», lanza Wilson Ferreira Aldunate (1919-1988), quien, entre los aplausos, recibe el abrazo de su hijo.
A poco de cumplirse medio siglo desde aquel emotivo momento, Juan Raúl Ferreira, quien se reconoce como uno de los pocos testigos directos que quedan, expresa a EFE que esa «fue una noche imborrable».
«Fue algo muy conmovedor. Los portavoces de cada partido terminaban con vivas y aplausos y loas a sus héroes, a su figuras emblemáticas, a sus banderas pero no por sectarismo sino como diciendo ‘esto es lo que yo aporto a la lucha común contra la dictadura'», recuerda quien tenía entonces 20 años.
Ferreira, cuyo rol allí consistía en alcanzarle a su padre, entonces líder del Partido Nacional (PN), los papeles que precisara, revela que aquel discurso «que año a año los canales de televisión repiten» por ser uno de los más recordados surgió en la misma sala en base a unos apuntes escritos poco antes que luego él tuvo «el reflejo» de guardar.
Sin embargo, para el uruguayo, esa noche no solo se trató de discursos, lo que quedó para la historia, dice, fue también «la solidaridad, los abrazos entrañables que se intercambiaban los senadores de distintos partidos»; incluso recuerda un episodio particularmente «impresionante».
«Cuando veníamos saliendo del edificio una mano uniformada toma del brazo a mi padre y yo creo que pudo haber pasado cualquier cosa y cuando miramos era el policía al que diariamente le decíamos un buenos días porque cuidaba la entrada (…) él lo mira a los ojos a mi padre y le dice ‘mi casa es muy pobre pero ahí no lo van a ir a buscar'», relata quien, mientras su padre sale escondido del país, es detenido antes de unírsele en Argentina.
TANQUES EN LA CASA DE LA DEMOCRACIA
A diferencia de Ferreira, quien confiesa que, por sucesivas pistas de aliados de su padre, sabía «que esa noche era el golpe de Estado» e incluso vio «los tanques que se aproximaban» por la avenida que lleva al Palacio Legislativo, Amílcar Vasconcellos estaba en su casa esa noche.
El hijo del senador del mismo nombre, del Partido Colorado, al que pertenecía también el hasta ese día presidente y luego dictador Juan María Bordaberry, escuchó por radio el discurso en que su padre dijo que los golpistas sentirían «el látigo de la historia sobre sus nombres (…) como una mancha indeleble por la inmensa traición».
Al llegar en la madrugada, el político que en su libro «Febrero amargo» meses antes había advertido que, al pactar con Bordaberry, los militares se infiltraban el poder y que impulsó ese 26 de junio una interpelación por la primera evidencia de torturas a civiles en unidades militares, le indicó que se iba a dormir porque pronto lo detendrían.
«(Dijo…) ‘quiero llevar algunas horas de sueño antes de ser detenido y cuando me detengan tenes que llamar a dos personas, al doctor (Julio María de) Olarte, profesor de derecho penal, y al doctor Justino Giménez de Aréchaga, eminencia del derecho constitucional. Ellos dos se van a encargar de mi defensa'», rememora sobre una detención que, sorpresivamente, no sucedió.
EL PUEBLO CONSCIENTE
Pese a que solo tenía 10 años en 1973, Fabio Rodríguez, hijo del entonces senador por el izquierdista Frente Amplio Francisco Rodríguez Camusso (1923-2004), reconoce hoy que luego de ese quiebre percibía «que el ambiente ya no era al que estaba acostumbrado».
«Fue un punto de inflexión en el ámbito familiar en cuanto a que se cambiaron las rutinas, se tenía mucho temor sobre todo con los golpes de las puertas, quién era, los timbres, las llamadas», puntualiza quien rememora haber correteado de niño por el Palacio Legislativo, donde él actualmente trabaja, y haber visto a su padre preparar discursos.
Rodríguez Camusso, a quien Ferreira destaca como uno de los oradores más brillantes en esa histórica sesión, supo ser optimista hasta en la noche más dura, pues, como resalta su hijo, dijo tener «fe insuperable en el protagonista insustituible de su destino, que es pueblo, consciente, organizado y militante».
«En definitiva los hechos le dan la razón. Muchos años después, en base a las movilizaciones de esas expresiones populares, al plebiscito (de 1980), a todas las manifestaciones de carácter popular, por suerte se terminó con ese período tan nefasto para la historia de los uruguayos», redondea.
EFE
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